AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 26 - OCTUBRE 2011

El Traductor que Quería Traducir - Dicotomía

Rafael Blanco

El Traductor que quería traducir

Había una vez un traductor que quería traducir. Se juntaba con un actor deseoso de actuar, un cantante ávido por cantar y un profesor ansioso por profesar. Formaban un grupo de deprimidos de la vida bastante deprimente de ver. Yo no quería verlos ni en pintura.

         Un día llegó un pintor que anhelaba pintar y los pintó a los cuatro. El éxito del cuadro fue inmediato e internacional. El pintor contaba en las entrevistas que había intentado pintar una reunión de seres que sólo pretenden ser lo que ya son. Algún avezado periodista con ínfulas de sabueso le preguntó si no serían más bien unos seres que son antes de ser, a lo que el pintor se encendió su pipa, guardó silencio y no volvió a pintar nunca más.

         Yo, por aquel entonces, sólo tenía una ambición: vivir. Pero no fue posible. Me moría por vivir y morí sin haber vivido. Ahora soy un muerto viviente solitario. Nunca tengo hambre y sólo me apetece salir para hablar con mi enterrador, un tipo viejísimo que, según me cuenta, de pronto fue enterrador sin haber sabido nunca que quería serlo. Él sólo sabía que quería ser padre, así que se casó, qué remedio. Su mujer le dio 7 hijos. A día de hoy los ha enterrado a los 8, así que, me asegura, puede considerarse un hombre realizado.

 

Dicotomía

         Había una vez un perro.

         Era un perro muy cariñoso que hacía muchas monadas a sus dueños.

         Pero de vez en cuando hacía otras cosas propias de perros, y sus dueños se las afeaban, y él agachaba las orejas y fingía que lloraba y su llanto era real sin dejar de ser falso.

         Hacía esas cosas adrede. Justo antes de hacerlas pensaba si no sería mejor no hacerlas, pero siempre decidía que no le apetecía aguantarse.

         A veces pensaba, con cerebro perruno, que cualquier día sus dueños se hartaban y lo ponían de patitas en la calle.

         Pero era un perro muy observador.

Cuando sus dueños se enojaban con él y él hacía eso que tan bien controlaba con ojos y orejas, los escuchaba haciendo como que no:

         - Pobre, si no es más que un perro.

         Y él entonces comprendía que tenía carta blanca.

         Además, pensaba, si sus dueños no soportasen las cosas de los perros tendrían gato.

         Y así fluían los días y las noches, sin más preocupación.

         Porque incluso si por esas cosas de la vida a sus dueños les daba un día por abandonarlo (todo el mundo tiene algo impredecible, hasta él se sorprendía a sí mismo a veces), él sabía perfectamente que su actitud no tendría nada que ver con eso.

Rafael Blanco

 

 

 

 

 

@ Agitadoras.com 2011